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Mostrando las entradas etiquetadas como Cuentos para leer IV

Cuentos para leer IV

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La serpiente con patas. Para leer

Cuentos para leer IV. Cuentan que, en un reino lejano, un hombre que acababa de hacer una ofrenda a una divinidad, decidió regalar su copa con vino a sus ayudantes. Sin embargo, estos dijeron: – Es poco vino para todos, pero más que suficiente para uno. Así que pensaron en hacer una prueba para decidir quién se quedaba con la copa de vino. – Dibujaremos una serpiente en la arena. El que termine antes, se beberá el vino. Todos comenzaron a dibujar, hasta que uno de ellos agarró la copa diciendo: – Ya está, terminé mi serpiente. Pero según miraba su serpiente, y aún con el palo con el que la había dibujado en la mano, añadió: y si le pinto unas patas? Quedará más original. Y diciendo esto, comenzó a dibujar a su serpiente unas patas. En ese momento, otro de los ayudantes terminó su serpiente y sin previo aviso, agarró la copa que sostenía su compañero.  El otro le miró un tanto enfadado, pero el hombre que acababa de terminar su dibujo, dijo: – Las serpientes no tienen pata...

El caballo que no había sido robado. Para leer

Cuentos para leer IV. Cuentan que hace mucho tiempo, en una recóndita región de Nepal, existió un anciano muy pobre. No tenía bienes materiales. Sin embargo, poseía un caballo tan hermoso, que era envidiado por todos. Nobles y hasta emperadores le ofrecieron una suma inmensa por el caballo, pero él se negaba a venderlo. – ¿Cómo voy a vender a mi caballo si siento que es parte de mi familia? - decía el anciano a modo de excusa. Pasó el tiempo y un día, el caballo desapareció del establo. Los vecinos comenzaron a murmurar: – ¡Viejo tonto! ¡Si hubiera vendido su caballo, no se lo hubieran robado! – ¡Era una tentación! ¡Han tardado en robarle el caballo! Las personas tenían muy claro que el animal había sido robado. Sin embargo, el anciano les decía: – No vayáis tan lejos con vuestros pensamientos… Lo único evidente es que el caballo ya no está en el establo… A los quince días, el caballo regresó. No había sido robado, sino que se había escapado. Y además regresó acompañad po...

El jardinero y el ciervo. Para leer

Cuentos para leer IV. Cuenta una antigua fábula budista que hace mucho tiempo vivió un hombre muy rico, que poseía un extenso terreno. Sin embargo, cada vez que miraba por la ventana, sentía que faltaba algo… ¡faltaba color! Entonces pensó que lo que le faltaba en realidad era un jardín. Como este hombre no entendía de plantas ni de flores, contrató a un jardinero, del que le habían hablado muy bien no solo por sus conocimientos con las plantas, sino porque además era un hombre muy sabio.  Al hombre rico no le importó que cobrara mucho. Estaba dispuesto a pagar lo que fuera. El jardinero se puso manos a la obra, y en dos meses consiguió crear un hermoso y extenso jardín formado por plantas y flores de todos los colores: había rosas, claveles, narcisos, árboles de delicadas y aromáticas flores blancas y rosas… El hombre rico estaba entusiasmado… ¡al fin tenía el jardín de sus sueños! Pero a los pocos días, descubrió que alguien había pisoteado y mordisqueado parte de las flore...

El regalo. Para leer

Cuentos para leer IV. Cuentan que hace mucho, unos discípulos meditaban junto a Buda, cuando unos hombres se acercaron a insultarle. Sin embargo, Buda no hizo nada. Cerró los ojos y aguantó que le insultaran sin moverse. Sus discípulos se enojaron y le dijeron: – Maestro, ¿por qué dejaste que esos hombres te insultaran sin decir nada? Buda entonces miró a uno de ellos y preguntó: – Si yo tengo un caballo y te lo regalo pero no lo aceptas, ¿de quién es el regalo? El discípulo respondió: – Si yo no lo acepto, seguiría siendo tuyo… – Pues lo mismo sucede con las ofensas. Tú decides si aceptas o no ese regalo… ‘Solo tú decides si aceptas o no las ofensas de otros’. Reflexiones. Con esta fábula de Buda, se aborda el tema de: – La ira. Cómo evitar que se adueñe de nosotros. – Cómo enfrentarnos a las ofensas e insultos. – El valor del respeto.  La ira es una emoción que nace en nuestro interior. Pero en nuestras manos está hacer que crezca o que se diluya. Cuando esa ira nace por algún in...

El sufrimiento. Para leer

Cuentos para leer IV. Una mujer viuda tenía un hijo al que adoraba. Era feliz, hasta que su hijo enfermó y murió. El dolor la atravesó entonces de parte a parte. Y, como era incapaz de separarse de su hijo, en lugar de enterrarlo, lo llevaba con ella a todas partes, ante la inquieta mirada de sus vecinos, que la miraban con una mezcla de lástima y extrañeza. – Se ha vuelto loca- decían muchos… Un día, la mujer se enteró de que el gran Maestro estaba cerca, en el bosque, y decidió acudir allí con su hijo a cuestas. – Por favor, Maestro- dijo entre sollozos la mujer- Devuelve la vida a mi hijo. El Maestro la miró compasivo y dijo: – Le devolveré la vida si consigues traer un grano de arroz, de una vivienda en donde no haya muerto nadie. La mujer se fue deprisa al pueblo y fue llamando casa por casa en busca de ese grano de arroz. Pero, para su sorpresa, todas las familias recordaban a algún fallecido. – Murió mi tío… – Hace poco que murió mi padre… Ya de noche, la mujer volvió a...

La anciana mendiga. Para leer

 Cuentos para leer IV. Durante la época de Buda, muchas personas iban a su templo para dejarle ofrendas. Por aquel entonces vivía una anciana mendiga que no tenía nada para llevar. Y lo cierto es que deseaba tanto poder hacer una ofrenda que decidió pedir limosna un día y sacrificar su comida a cambio de unas pocas monedas. Con ellas compró una pequeña lámpara de aceite. El dinero no le daba para nada más. Ilusionada, llegó al templo y encendió su lamparita. La colocó junto al resto, todas más grandes, y dijo en voz alta: – Perdona, Buda, por no poder traerte nada más. Es todo lo que tengo, pero deseo que esta pequeña luz pueda ser bendecida con el don de la sabiduría para poder hacer felices a otros e iluminar su camino. Durante esa noche, todas las lámparas se fueron apagando. Todas, menos una, la de la anciana. Uno de los discípulos de Buda, al ver a la mañana siguiente que estaba encendida, quiso apagarla. Pensó que no había razón para que estuviera encendida durante el dí...

La roca y el perdón. Para leer

 Cuentos para leer IV. Cuentan que un día Buda estaba sentado en la ladera de una montaña, meditando y contemplando en serenidad el paisaje cuando un primo suyo, Devadatta, que le envidiaba, subió hasta lo más alto de la montaña y lanzó desde allí una enorme roca con la intención de matarle. Sin embargo, Devadatta erró en su intento, y la pesada roca aterrizó con estrépito junto a Buda, interrumpiendo su meditación, pero sin hacerle daño. Instantes después, el maestro siguió como si nada, sereno y mirando al horizonte.  Días después, Buda se encontró con su primo. Este, avergonzado, le preguntó: – Maestro, ¿no estás enfadado?  – No, claro que no- contestó él. – ¿Por qué no lo estás? ¡Intenté matarte! – Porque ni tú eres ya el mismo que arrojó la roca ni yo soy el mismo que estaba allí sentado.  «Para el que sabe ver, todo es transitorio; para el que sabe amar, todo es perdonable» . Reflexiones. Con esta fábula corta podemos reflexionar sobre estos temas: El valo...

La ola de mar ignorante. Para leer

 Cuentos para leer IV Una pequeña ola disfrutaba junto a sus compañeras de la vida en el mar. Saltaba, se escondía, brincaba y jugaba con delfines y gaviotas. Su vida era realmente feliz y ella se sentía muy dichosa. ¡Adoraba ser ola de mar! Pero un día, las corrientes marinas la arrastraron hacia fuera y se acercó a la costa. Entonces se fijó en que otras compañeras suyas se dirigían hacia las rocas, haciéndose cada vez más grandes. Al final, terminaban estallando en espuma y deshaciéndose contra las rocas. En ese momento, dejaba de verlas para siempre. Angustiada, la pequeña ola buscó ayuda. Y se fijó en otra ola que como ella, jugaba alegre con las gaviotas. – ¿Qué haces? - le dijo asustada – ¡Eres una ignorante! ¡Estás tan feliz y no sabes que dentro de poco terminaremos nuestros días estrellándonos contra las rocas! – ¿Ignorante yo? - respondió muy tranquila la otra ola- Creo que te equivocas. La ignorante eres tú, pequeña ola… ¿O no te has dado cuenta de que al estallar contr...