Cuentos para leer IV.
Cuenta una antigua fábula budista que hace mucho tiempo vivió un hombre muy rico, que poseía un extenso terreno. Sin embargo, cada vez que miraba por la ventana, sentía que faltaba algo… ¡faltaba color! Entonces pensó que lo que le faltaba en realidad era un jardín.
Como este hombre no entendía de plantas ni de flores, contrató a un jardinero, del que le habían hablado muy bien no solo por sus conocimientos con las plantas, sino porque además era un hombre muy sabio. Al hombre rico no le importó que cobrara mucho. Estaba dispuesto a pagar lo que fuera.
El jardinero se puso manos a la obra, y en dos meses consiguió crear un hermoso y extenso jardín formado por plantas y flores de todos los colores: había rosas, claveles, narcisos, árboles de delicadas y aromáticas flores blancas y rosas…
El hombre rico estaba entusiasmado… ¡al fin tenía el jardín de sus sueños! Pero a los pocos días, descubrió que alguien había pisoteado y mordisqueado parte de las flores y plantas de su jardín. Y como él no sabía qué podía ser, llamó de nuevo al jardinero para que averiguara qué estaba pasando.
El jardinero estuvo observando las plantas pisoteadas y las flores mordisqueadas. Se dio cuenta de que había sucedido por la noche, así que decidió esconderse esa misma noche tras unos árboles para descubrir al intruso del jardín. Y entonces fue cuando vio entrar a un ciervo, quien, atraído por las dulces cerezas, pisoteaba el resto de flores hasta llegar a ellas.
El jardinero intentó atrapar al ciervo, pero éste era muy rápido y ágil, y a pesar de que el jardinero volvió a intentarlo durante varias noches, nunca conseguía atraparlo.
Entonces pensó:
– ¿Qué puedo hacer para atrapar al ciervo? ¡Ya lo tengo! ¡hay que ofrecerle algo que desee tanto que no sea capaz de ver el peligro!
El jardinero comenzó a esparcir galletas y dulces por el jardín, y el cuervo se lo comía gustosamente. Y el jardinero se dio cuenta de que las primeras galletas que el ciervo comía eran las galletas de miel.
¡El ciervo adoraba la miel! Y así fue como el jardinero ideó una trampa para el ciervo: colocó en fila trozos de galletas de miel hasta una explanada en donde depositó una buena montaña de galletas de miel. Ese sería el lugar de la trampa. Cuando el ciervo entrara, una red caería sobre él.
La trampa funcionó a la perfección: el ciervo, cegado por el deseo de comer galletas de miel, abandonó su sentido de la prudencia.
Se movía nervioso, ansioso, y no podía dejar de comer… Hasta que localizó la montaña de galletas y se lanzó sin pensar a por ellas. entonces fue cuando el cazador consiguió atraparle y terminar así con el problema. El ciervo, por su parte, perdió la libertad.
‘La ansiedad que nos provoca desear más de lo que necesitamos, nos esclaviza’.
Reflexiones.
Con esta fábula podemos rescatar valores esenciales como:
– El valor de la prudencia.
– La humildad.
– El valor del ingenio.
La ansiedad que nos produce desear algo, aunque no lo necesitemos, lo único que hace es esclavizarnos. Y por supuesto, nunca suele traernos buenas consecuencias:
– A veces nuestra ansiedad nace fruto de un deseo descontrolado: Cada vez que sientas una tremenda ansiedad por algo que deseas y no puedes conseguir, puedes plantearte la siguiente pregunta: ¿de verdad lo necesito? ¿Podría vivir sin ello?
Esta es una forma de relativizar nuestros deseos, de darnos cuenta de que a veces queremos cosas que no nos hacen bien o que no necesitamos. Muchos son deseos superfluos. Otros, fruto de la codicia.
– La ansiedad nos esclaviza: Sí, por supuesto, la ansiedad hace que perdamos nuestra libertad, ya que vivimos por y para aquello que deseamos, por y para aquello que nos está provocando la ansiedad.
Muchas veces está relacionado con caprichos, deseos pasajeros, pero que nos hacen perder la razón y ser impulsivos. A veces, nos arrepentimos.
En el momento en el que nos lanzamos de forma impulsiva por culpa de ese deseo irrefrenable, no somos libres, porque no somos capaces de pensar con claridad.
La ansiedad nos ciega y anula nuestra razón. Cuando sientas ansiedad por algo, solo respira profundamente y piensa: la ansiedad es como un torbellino que no nos deja pensar. Lo mejor si estás dentro de ese torbellino es detenerte y esperar a que pase de largo. Y entonces, pensar. Si nos diéramos algo más de tiempo, veríamos que el deseo cambia. Tal vez ya no sea tan fuerte, y veamos los pros y los contras. Es el momento en el que la razón vuelve y el sentido de la prudencia también.
¡Feliz día!