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Mostrando las entradas etiquetadas como Cuentos para leer VIII

Cuentos para leer VIII

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El esclavo. Para leer

 Cuentos para leer VIII. En cierta ocasión se acercó un hombre rico a un monasterio de la India y pidió permiso para pasar un tiempo allí. Sin embargo, el abad, viendo que era alguien muy poderoso, le advirtió: Mira, aquí somos hombres libres y nada nos esclaviza. Sin quieres estar con nosotros, deberás ser como nosotros. De lo contrario, tendrás que marcharte para seguir sirviendo a tu señor. El hombre, visiblemente desconcertado, se atrevió a decir: Maestro, yo pertenezco a la casta más alta. No soy esclavo de nadie, ni soy un paria. ¡Le puedo asegurar que soy un hombre libre! El abad, encogiéndose de hombros, le dio permiso para quedarse sin. Embargo, cuando el hombre vio los dormitorios donde vivían los monjes, comenzó a refunfuñar. Más tarde, cuando vio lo que comían, se echó las manos a la cabeza. Y, finalmente, cuando descubrió que había que madrugar todos los días para realizar largas sesiones de meditación, no pudo más y se fue a ver al Maestro para quejarse. Ya te advertí...

Las cien tazas del rey. Para leer

Cuentos para pensar VIII. Cuentan que hace mucho tiempo, existió en la India un rico rey que un día, organizó una ostentosa fiesta de cumpleaños. A la fiesta llegaron muchos ilustres nobles y por supuesto, ricos comerciantes. Todos llevaron algún regalo. Pero de entre todos los presentes, el que más impresionó al rey fue el regalo de un comerciante. Había conseguido traer de un lejano país cien tazas para su rey. Eran realmente hermosas, de una fina porcelana con filigranas de oro y piedras preciosas.  El monarca, emocionado y agradecido, decidió llevar las tazas al mejor de sus palacios. Pero necesitaba también a una persona para que las cuidara y limpiara a diario.  – Necesito voluntarios para escoger a aquel que cuide de mis tazas– dijo un día- El que se quede con este trabajo, recibirá una buena recompensa.  Se presentaron muchos voluntarios, y después de numerosas entrevistas, el rey eligió a uno.  – Tu trabajo es sencillo- le dijo- Debes proteger las tazas y li...

El relojero. Para leer

 Cuentos para leer VIII. Existió en un monte un pequeño pueblo, lejos de la ciudad, en donde cada uno de los oficios se heredaba de la familia. Así, el hijo del panadero aprendía a hacer pan, y el hijo del herrero a trabajar el metal… Y en el pueblo no faltaba nada, porque tenían cantero, carnicero, médico… y hasta relojero. Sí, en el pequeño pueblo un relojero, hijo, nieto y biznieto de relojeros, arreglaba y mantenía los relojes de todos sus vecinos, y por supuesto, el enorme reloj de la torre de la iglesia.  En aquel pequeño pueblo, todos cooperaban y se sentían útiles y necesarios. De esta forma, no había problema que no pudiera solucionarse.  Pero un día, llegó de la ciudad un mensajero, sobre un hermoso caballo. Traía una carta para el relojero.  – Vaya- dijo el hombre tras leerla- ¡He heredado una enorme vivienda en la ciudad!  Todos se miraron con ansiedad: si se iba el relojero del pueblo… ¿qué pasaría con todos sus relojes?  El caso es que el relo...

El ruiseñor y la rosa. Para leer

 Cuentos para leer VIII. Paseaba muy triste un estudiante cerca de la encina en donde el ruiseñor había construido su nido. El joven lloraba amargamente mientras gritaba a los cuatro vientos su desdicha: – ¡Una rosa roja! ¡Solo quiere una rosa roja y no encuentro ninguna!- decía entre lágrimas el estudiante.  El ruiseñor, alertado por el llanto del joven, escuchó con atención, mientras él seguía hablando:  – Si consiguiera una rosa roja, ella bailaría conmigo toda la noche. Aceptaría a ir al gran baile en mi compañía. Y al fin podría rozar su cálida piel. Oh, qué desgraciado soy, ¡qué duro es el amor!  El ruiseñor pensó entonces:  – Pobre chico… Yo, que cada día canto al amor y a la belleza, sé lo que se puede llegar a sufrir por amor. El mayor sufrimiento, sin duda, porque el amor lo es todo, y sin amor, la vida carece de sentido.  Por su parte, el joven, que ya se había tumbado sobre el césped, seguía llorando:  – No puedo ser más desgraciado… ¡Si so...

La marca de la barca. Para leer

 Cuentos para leer VIII. Cuentan que un hombre del reino de Chu cruzaba en su barca un río cuando se le cayó la espada. Según se hundía, decidió hacer una marca en el lado de la barca por donde había visto caer la espada. – Así sabré dónde cayó y podré recuperarla- se dijo. Entonces remó hasta la orilla, cogió un traje de buceo y se dispuso a bucear para buscar su espada, pero siguió la marca que había hecho en la barca, y como se había movido, no consiguió encontrarla. «Si quieres recuperar algo, no dejes pasar el tiempo. No te alejes. Si los haces, puede que ya no encuentres lo que buscas». Reflexiones sobre esta fábula. Está claro que ante un problema, deberíamos pensar muy bien antes de dar un paso en falso. De hecho, un error puede provocar la pérdida definitiva de lo que buscábamos: No des un paso en falso: Esta metáfora de la pérdida de la espada se puede contemplar de muchas formas diferentes. Una de ellas es acerca de la impulsividad que nos lleva muchas veces a cometer er...

Los tres filósofos. Para leer

 Cuentos para leer VIII. Un mercader que atravesaba el desierto con toda su mercancía, perdió una de sus mulas con toda la carga que llevaba encima. Era una mula tuerta, y decidió buscarla. En el camino, se encontró con tres filósofos, aunque él no lo sabía, claro: – Perdonen, ¿han visto pasar por aquí por casualidad a una mula? La he perdido… Uno de los filósofos preguntó: – ¿Y por casualidad le falta un ojo a la mula? – ¡Sí, está tuerta, sí! - respondió el hombre. – ¿Y llevaba una carga muy pesada? - preguntó el segundo de los filósofos. – ¡Sí, muy, muy pesada! - contestó el mercader. – ¿Y tenía una herida en el lomo? - preguntó el tercer filósofo. – Cierto, tenía una herida que se hizo al rozarse con unas ramas… ¿La tienen ustedes? – No, que va, no vimos su mula- respondieron los filósofos. – ¡Mentirosos! ¿Cómo ibais a saber como es mi mula? - dijo enfadado el mercader. El hombre, fuera de sí, decidió llevar ante el sultán a los filósofos, acusándolos de ladrones. El sultán les ...

El patito feo. Para leer

 Cuentos para leer VIII. En una hermosa mañana de verano, los huevos que había empollado la mamá Pata empezaban a romperse, uno a uno. Los patitos fueron saliendo poquito a poco, llenando de felicidad a los papás y a sus amigos. Estaban tan contentos que casi no se dieron cuenta de que un huevo, el más grande de todos, aún permanecía intacto. Todos, incluso los patitos recién nacidos, concentraron su atención en el huevo para ver cuándo se rompería. Al cabo de algunos minutos, el huevo empezó a moverse. Pronto se pudo ver el pico, luego el cuerpo, y las patas del sonriente pato. Era el más grande, y para sorpresa de todos, muy distinto de los demás. Y como era diferente todos empezaron a llamarle el Patito Feo. La mamá Pata, avergonzada por haber tenido un pato tan feo, le apartó con el ala mientras daba atención a los otros patitos. El patito feo empezó a darse cuenta de que allí no le querían. Y a medida que crecía, se volvía aún más feo, y tenía que soportar las burlas de todos....

Ratón de campo y ratón de ciudad. Para leer

 Cuentos para leer VIII. Érase una vez un ratón que vivía en una humilde madriguera en el campo. Allí, no le hacía falta nada. Tenía una cama de hojas, un cómodo sillón, y flores por todos los lados. Cuando sentía hambre, el ratón buscaba frutas silvestres, frutos secos y setas, para comer. Además, el ratón tenía una salud de hierro.  Por las mañanas, paseaba y corría entre los árboles, y por las tardes, se tumbaba a la sombra de algún árbol, para descansar, o simplemente respirar aire puro. Llevaba una vida muy tranquila y feliz. Un día, su primo ratón que vivía en la ciudad, vino a visitarle. El ratón de campo le invitó a comer sopa de hierbas. Pero al ratón de la ciudad, acostumbrado a comer comidas más refinadas, no le gustó. Y además, no se habituó a la vida de campo. Decía que la vida en el campo era demasiado aburrida y que la vida en la ciudad era más emocionante. Acabó invitando a su primo a  viajar  con él a la ciudad para comprobar que allí se vi...