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Los tres cerditos. Para leer.

Cuentos para leer VI-B.

Había una vez una mamá cerdita que tuvo tres preciosos cerditos. Eran muy traviesos y juguetones, sobre todo dos de ellos. 

El tercero, sin embargo, ya desde pequeño demostraba ser más obediente. Le gustaba mucho escuchar bien los consejos de su mamá cerdita y a menudo avisaba a sus hermanos del peligro de sus travesuras.

Los cerditos crecieron, y ya más mayores, decidieron dejar la casa de su mamá cerdita y vivir por su cuenta. Su mamá, antes de irse, les recordó que tuvieran mucho cuidado, ya que los animales decían que en el bosque vivía un lobo muy feroz y peligroso.

Los cerditos partieron hacia el bosque. Al encontrar una explanada muy amplia, decidieron construir allí sus casas. Pero los cerditos más traviesos, eran también más perezosos, y pensaron en cómo construir sus casas de forma que no les llevara demasiado trabajo y esfuerzo.

El primero de los cerditos construyó su casa con paja y se fue a jugar tan contento. Mientras, el segundo cerdito seguía construyendo su casa, pero no tardó mucho más. Había decidido hacerla de madera, así que fue recogiendo ramas de los árboles y con ellas consiguió hacerse una linda ‘chocita’. Tardó cerca de tres días, pero al fin, la miró todo orgulloso y se fue a jugar como su hermano.


El tercer hermano seguía construyendo su casa, porque había decidido hacerla de ladrillo y cemento, con una preciosa chimenea. Así sería mucho más resistente y al llegar el invierno, podría resguardarse del viento y el frío.

El tercer hermano veía a los otros cerditos divertirse, pero contemplaba con pena sus casas, y decidió advertirles:

– Hermanos, deberíais arreglar vuestras casas. No son muy seguras. Es mejor que utilicéis piedras o barro…

– ¡No seas pesado, hermanito! - contestaron los cerditos- ¡Pareces mamá! Nuestras casas son preciosas. 

El cerdito, apenado, siguió trabajando en su vivienda. Tardó mucho, y le costó mucho trabajo, pero al cabo de un duro mes, al fin terminó. Le quedó realmente bonita. Tenía una puerta de madera muy fuerte, paredes de ladrillo y una chimenea para calentarse en invierno.

– ¡Pues sí que te ha quedado bien tu casa! - dijeron sorprendidos los cerditos- ¡Pero has tardado mucho! Te has perdido muchos días de juego y disfrute de la primavera.

Los días pasaron, y llegó el otoño. Después, el invierno. Los cerditos no salían mucho de sus viviendas, aunque dos de ellos pasaban mucho frío… El tercer cerdito, comenzó a utilizar su chimenea estaba feliz y calentito.


Un día de invierno, el lobo del bosque se acercó hasta esa explanada. llevaba días sin comer y estaba realmente hambriento. Al ver las casitas, se relamió. Enseguida olió a los animales.

– ¡Mmmmmm! ¡Huelo a cerdito! - Dijo el lobo al llegar a la primera casa, la casa de paja-. ¡Sal de ahí, cerdito, o derribaré tu casa!

– Noooo, no pienso salir- Dijo el primer cerdito muy asustado.

– Tú lo has querido- respondió el lobo-. Soplaré y soplaré y tu casa derribaré… Ppfffffffffffuuuu

El lobo sopló con todas sus fuerzas, y la casa de paja salió volando. El cerdito, muerto de miedo, corrió muchísimo hasta alcanzar la casa de madera que había hecho su segundo hermano.

– ¡Corre, hermano, ábreme la puerta! - gritó el primer cerdito-. ¡El lobo ha destrozado mi vivienda!

El hermano le abrió y se escondieron en la casa, pero el lobo los vio y acudió corriendo. Al llegar hasta la casa de madera, volvió a decir:

– Abridme, cerditos. ¡Qué suerte tengo… dos cerditos juntos! Será mejor que salgáis o destrozaré vuestra casa.

– ¡No pensamos salir! - dijeron los dos hermanos.

– Vosotros lo habéis querido… soplaré y soplaré y vuestra casa derribaré… Ppfffffffffffuuuu

Y el lobo volvió a soplar con tanta fuerza, que la casita de madera salió volando por los aires. Los dos cerditos, asustados, corrieron muchísimo hasta llegar a la casa de su tercer hermano.

– ¡Hermanito, hermanito… ábrenos, que nos persigue el lobo!

– ¿Qué sucede? - Contestó el tercer cerdito mientras abría la puerta.


Entonces vio venir al lobo y agarró a sus hermanos para meterles dentro de la casa. Cerró la puerta, echó el cerrojo, tapó las ventanas con muebles…

– No os preocupéis, hermanos, que no podrá derribar esta casa.

El lobo llegó hasta allí y gritó:

– ¡Salid ya, cerditos! ¡Que tengo hambre! Qué banquete me voy a dar… Será mejor que salgáis o derribaré la casa.

– ¡No pensamos salir, lobo malvado! - gritaron los cerditos.

– Vosotros lo habéis querido: soplaré y soplaré y vuestra casa derribaré… Ppfffffffffffuuuu

Pero el lobo, por más que soplaba y soplaba, no conseguía derribar la casa… Así que se le ocurrió entrar por arriba, por la chimenea… Pero el cerdito más listo ya había contado con ello, así que prendió fuego a la leña, y al dejarse caer el lobo por el hueco de la chimenea, aterrizó de golpe sobre el fuego.

– ¡¡¡¡Aaaaaaah!!!!- Gritó de dolor el lobo.

Los cerditos se echaron a reír y le abrieron gentilmente la puerta y el lobo, ya imagináis, ¡salió corriendo!

El caso es que no lo volvieron a ver nunca más, y los cerditos más perezosos, que habían aprendido la lección, comenzaron a construirse, con ayuda de su hermano, una preciosa casa de cemento y ladrillo para que no les volviera a pasar nunca más aquello.

Reflexiones.

Con este cuento de ‘Los tres cerditos’ podemos reflexionar sobre:

· El valor de la prudencia.
· La obediencia.
· El valor del esfuerzo.
· Por qué hay que pensar muy bien en el mañana.
· El valor de la solidaridad.

Este cuento data del siglo XIX, es todo un clásico para los niños, y está repleto de valores esenciales. Les advierte sobre los peligros que acechan fuera de la burbuja protectora de sus padres y les invitan a ser precavidos y prudentes. Pero quizás el valor esencial sobre el que incide el cuento con más fuerza sea el del esfuerzo. 

Las cosas salen mejor si se hacen despacio y con esfuerzo: De los tres cerditos, solo uno, el que había obedecido siempre a su madre y había escuchado sus consejos, decidió dedicarse con esfuerzo a proteger su casa. Los otros cerditos eran más perezosos y preferían hacer las cosas deprisa… 

No dejes nunca la prudencia de lado: Cuando las cosas marchan bien y te diviertes, se te olvida por completo que pueda pasar algo malo o peligroso. Pero lo cierto es que el riesgo siempre está ahí, latente, aunque no lo veas venir. Por eso, lo más inteligente es no olvidarse nunca del valor de la prudencia, ese ‘miedo’ controlado que nos ayuda a estar siempre prevenidos ante cualquier problema o riesgo que se presente. 

«La diversión y la felicidad nos hacen ‘bajar la guardia’ ante el riesgo»

¡Feliz día!


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