Cuentos para leer V-B.
Un día, un hombre cualquiera fue a recoger unos pepinos a un huerto. Pero por el camino, comenzó a pensar:
– «Si lleno el cesto entero de pepinos, los vendo y me compro una gallina. Las gallinas me darán huevos, los incuban y tendré muchos pollitos. Cuando engorden y crezcan, venderé las gallinas y compraré una lechoncita. La engordaré bien y conseguiré que tenga cerditos. Cuando crezcan, los venderé y me compraré una yegua. Conseguiré que tenga potritos y cuando estos crezcan, los venderé y con el dinero que me den, compraré una casa con un huerto. Prepararé la tierra y sembraré pepinos. Y eso sí, tengo muy claro, que no me los dejaré robar. Para ello, contrataré guardianes, y yo mismo estaré muy atento. De vez en cuando les gritaré. ‘¡eh, ustedes, vigilen mejor!’…»
Estaba el hombre tan concentrado en sus pensamientos, que no se dio cuenta de que había llegado a un huerto ajeno y había gritado con todas sus fuerzas. Dio la casualidad que allí había dos guardianes que, al escuchar los gritos, vieron a un ladrón y le dieron una buena paliza.
Reflexiones.
Este cuento corto de Tolstoi, ‘El hombre y los pepinos’, nos hace pensar sobre:
- El valor de la honestidad.
- La necesidad de concentrarnos en lo que hacemos.
- Consecuencias de las distracciones.
- A dónde nos puede llevar la imaginación.
- La incoherencia entre nuestros actos y nuestros deseos.
Que no te despisten tus sueños. Es necesario tener sueños e ilusiones, por supuesto, pero sin perder el foco de dónde está la realidad, ya que, si nos abstraemos demasiado, podemos perder el sentido de la prudencia y terminar como el protagonista de esta historia del hombre y los pepinos.
Las distracciones siempre pasan factura, hacen que terminemos mal un trabajo, que no nos enteremos de algo importante o que tengamos que repetir lo que hacíamos. Por eso, es necesario prestar mucha atención a lo que hacemos en momentos importantes. Y es que hay que aprender que cada cosa tiene su momento. «Las distracciones siempre nos pasan factura».
Las emociones que nos ciegan: En este caso, la ilusión del protagonista por tener su propia huerta, le hizo sentirse de pronto tan feliz, de sentir tanta alegría por lo que podía conseguir, que la razón quedó relegada a un segundo plano bajo la opresión y el peso de las emociones. De esta forma, el hombre llegó a perder la noción de la realidad y olvidó dónde estaba y qué estaba haciendo. Sabía que en realidad estaba robando en un huerto ajeno y que tenía que tener cuidado para no ser descubierto, pero como estaba fantaseando… se le olvidó.
Nuestro protagonista en realidad, lo que hacía era robar, y, además, sin ningún tipo de cuidado. Los guardianes le dieron su merecido. Y es que las malas acciones, al final suelen pagarse.
También nos hacen pensar en la paradoja del ladrón que no quiere que le robe, es decir, que no quiere para si lo que hace él. Una incoherencia que se da en muchísimas personas y que pone de manifiesto las carencias en cuanto a valores esenciales que tienen. No puedes exigir algo que no haces.
¡Feliz día!