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El higo más dulce. Para leer.

 Cuentos para leer II-B.


El señor Bibot era uno de los dentistas más célebres en París. Culto, buen profesional, refinado… Era tan ordenado y limpio en su casa, que nunca permitía a su pequeño perro Marcel subirse al sofá, ni saltar… mucho menos ladrar sin recibir una buena reprimenda. 



Monseur Bibot tenía su consulta cerca de casa. Y una mañana, al llegar, se encontró con una mujer que le esperaba en la puerta. 

– ¿Qué hace usted aquí? Si no tiene cita, no podré atenderla. – Tengo un dolor que me está matando… Vine antes por si podía ser tan amable de echar un vistazo- respondió suplicando la mujer. 

«Bueno», pensó Bibot… «si me doy prisa, ganaré unas cuantas monedas». Así que accedió y revisó bien los dientes de la mujer. 

– Vaya, tendremos que sacar la muela… Está muy mal- advirtió Bibot.

Y tras la extracción, el dentista dijo: 

– Tendrá que tomarse unas píldoras para el dolor. 

– ¡Estoy tan agradecida!- dijo entonces la mujer- Lo único que no tengo dinero para pagar… Pero sí algo mejor. La mujer sacó dos higos de su bolso. 

– ¿Higos?- exclamó enfadado Bibot. 

– Son higos especiales, ¿sabe? Pueden hacer que sus sueños se hagan realidad- dijo con voz misteriosa mientras le guiñaba un ojo.

Bibot pensó que aquella mujer estaba loca. Guardó los higos y le acompañó hasta la puerta. 
– ¿Y mis pastillas para el dolor? - preguntó. 
– Esas son solo para los que pagan- respondió de mala manera el dentista mientras cerraba la puerta. 
El día había comenzado de forma extraña…. Esa tarde, Bibot sacó como de costumbre a su perro Marcel de paseo. Cada vez que el pobre intentaba olisquear entre unos matorrales, le daba un buen golpe con la correa. 
Por la noche, antes de acostarse, el dentista se comió uno de los higos. 
– Pues sí que está bueno, sí. ¡Es el higo más dulce que comí nunca! - dijo para sí Bibot. 
Después se fue a dormir. Al día siguiente, se vistió y sacó a Marcel de paseo. Pero notó que todo el mundo le miraba y se reía sin cesar. 
– ¿Qué pasa? ¿Por qué se ríen? 
Bibot se miró en un escaparate y de pronto vio que estaba en ropa interior. Se escondió en un callejón y de pronto recordó que todo eso era parte del sueño que había tenido por la noche. 
– Pero… ¿cómo es posible? Soñé esto mismo y … también… 
Entonces alzó la cabeza y miró hacia la torre Eiffel. Y de pronto todos miraron al mismo lugar: la torre comenzó a inclinarse, como si fuera de goma, hacia abajo. 
Presa de terror, Bibot se fue corriendo a casa. 
– ¡Todo lo que soñé se ha hecho realidad! ¡La mujer de los higos tenía razón! 
El dentista entendió que aquellos higos eran mágicos. ¡Y aún le quedaba uno! ¿Cómo podía controlar sus sueños? 
Decidió comprar un libro de hipnotismo en donde le explicaran cómo controlar la mente. Estuvo practicando durante tres días. Todas las noches, tenía el mismo sueño: vivía en una mansión bien lujosa, con criados, un jardín enorme, y muchos perros de raza. Por supuesto, Marcelo no estaba allí... al fin y al cabo, era un ‘chucho’ callejero… 
Tenía coches imponentes y todo el dinero que podía desear. Ese era el sueño que debía soñar después de comerse el último higo. Y ya estaba listo. 
Esa noche, seguro de sí mismo, bajó a la cocina. Marcel le miraba expectante, meneando la cola. 
Bibot preparó un plato y colocó con cuidado el higo. Después, se dio la vuelta para buscar una servilleta. Al girarse, vio a Marcel a dos patas sobre la mesa, masticando lo poco que quedaba del higo. ¡Se lo acababa de comer entero!.
– ¡Maldito perro! - gritó desesperado Bibot- ¡Acabas de arruinar todos mis sueños! ¡La última esperanza que tenía de ser rico! ¡Eres despreciable! 
El dentista se fue abatido y dolorido a dormir. El pobre Marcel se escondió bajo la cama. 
A la mañana siguiente, Bibot de pronto vio que estaba debajo de la cama. Una mano le intentó agarrar por el pescuezo: 
– ¡Ven aquí, Marcel! ¡Vamos a dar el paseo antes de ir a trabajar! 
Frente a él, su misma cara, mirándole con cierto desprecio. Bibot entonces intentó gritar, pero solo pudo ladrar.

Reflexiones.

Este precioso cuento corto de Chris van Allsburg, nos hace reflexionar sobre: 

Tratar a los demás con amabilidad: También podríamos decir eso de ‘trata al otro como a ti te gustaría que te trataran’. El protagonista de este cuento es un tipo un tanto peculiar… egoísta, codicioso. Solo piensa en enriquecerse y su trabajo se basa precisamente en conseguir meramente una recompensa económica. 

Cuidado con la avaricia: Lo cierto es que Bibot podría haber sido algo menos avaricioso a la hora de soñar aquello que tanto deseaba. Podría haber sido generoso y haber incluido a otras personas en su sueño… incluido su perro Marcel. Pero no lo hizo. Su egoísmo hizo que solo pudiera pensar en él mismo. Su sueño se centraba en una felicidad basada en lo material, sin que hubiera nadie que le importara a su alrededor. Su egoísmo fue castigado.

Recompensas y ‘castigos’: Eso a lo que llamamos ‘karma’ es el responsable de que los justos sean recompensados a la larga y los injustos, castigados. Esta famosa ‘ley’ viene a decir que la vida siempre devuelve lo que damos. De esta forma, quien actúa de buen corazón, con amabilidad y respeto, con generosidad… será recompensado, mientras que aquel que solo piensa en sí mismo y trata a los demás con desprecio, recibirá lo que da… 
§ Al final, nuestro protagonista intercambió su cuerpo con su perro Marcel. Marcel soñó con ser Bibot, justo el día en que se comió el higo más dulce… Porque para él, la riqueza consistía en poder ser humano y tener la vida que su dueño tanto despreciaba. El dentista pasó a ser Marcel, pues fue el sueño de su pero… poder tener el poder sobre aquel que tan mal le trataba… El perro sí recibió la recompensa por haber soportado con tanta paciencia y fidelidad el mal trato que su dueño le daba. Por fin podría ser libre y tener la vida que había soñado.

¡Feliz día!




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