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Blancanieves y los siete enanitos. Para leer.

Cuentos para leer VI-B.

Una bondadosa reina miraba a través de su ventana cómo nevaba. Era un frío día de invierno y la nieve se acumulaba en la repisa del marco oscuro del ventanal de su cuarto. Estaba bordando, y decidió parar para abrir la ventana y tocar la nieve. Pero al hacerlo, se pinchó con la aguja y unas gotas de sangre cayeron sobre la inmaculada nieve. Al ver el contraste tan hermoso entre los dos colores, pensó: ‘Ojalá tuviera una hija con la piel blanca como la nieve, los labios rojos como la sangre y el cabello negro como el marco de mi ventana’. 

Años después, su deseo se hizo realidad, y dio a luz a una hija realmente hermosa. Le puso de nombre Blancanieves, recordando sus pensamientos de aquel día. Pero por desgracia, poco después, la reina murió, y su esposo, el rey, se casó de nuevo con una mujer muy hermosa pero cruel y malvada, que además poseía cierta habilidad con la magia negra. 

La malvada madrastra de Blancanieves se dio cuenta de la belleza de su hijastra. Tenía un espejo mágico al que consultaba constantemente quién era la más bella del reino. Un día, horrorizada, escuchó esto: 

– Vos sois más hermosa que una estrella, pero Blancanieves es la más bella del reino.

Muerta de celos, pensó en la manera de deshacerse de la niña, que por entonces tenía solo 7 años. 

– ¿Cómo podría acabar con ella? ¡Ya lo tengo! - dijo para sí la malvada reina.


Mandó llamar a un cazador y le ordenó lo siguiente: 

– Debes llevarte lejos a Blancanieves, y una vez que estéis en el bosque, mátala y trae mi pañuelo blanco manchado con su sangre. 

El cazador, horrorizado, fue incapaz de negarse al mandato real, y, agachando la cabeza, dijo:

– Lo haré, mi reina. 

Se llevó entonces a la niña de la mano hacia el centro del bosque, pero la quería tanto, que no podía matarla. Y, mientras pensaba en la forma de engañar a la reina, se arañó con unas zarzas al abrir un camino, y al ver que sangraba, se limpió con el pañuelo de la reina. Entonces se le ocurrió llevarle el pañuelo manchado con su propia sangre y salvar así a la pequeña. 

Antes de irse, le explicó todo:

– Blancanieves, no puedes volver al palacio. Tu madrastra me ordenó que te matara. Debes quedarte en el bosque, para que no te encuentre. 

Y, con lágrimas en los ojos, dejó allí a la pequeña, con la esperanza de que alguien la encontrara. 

La niña caminó entonces por un sendero del bosque, hasta que ya al atardecer, cuando estaba muy cansada, vio a lo lejos una pequeña casa entre los árboles. Al entrar, descubrió que todo era muy pequeño: sobre la mesa había siete platos diminutos con siete cucharas, siete tenedores y siete cuchillos. Las sillas también eran muy bajitas. Aun así, Blancanieves, que tenía mucha hambre, se sentó en una de ellas y comió un poco de cada plato. También bebió un poco de cada una de las pequeñas copas que había sobre la mesa. 

Al terminar, le entró sueño, y buscó el dormitorio en la pequeña casa. Su sorpresa fue tremenda al encontrarse siete camitas diminutas. 


– ¡Oh! - dijo asombrada la niña- ¡Aquí debe vivir gente muy bajita! 

Una a una, probó todas las camas, y finalmente se acostó en la última, que parecía un poco más grande. 

En la casita en realidad vivían siete enanitos, que trabajaban en la mina extrayendo piedras preciosas. Poco después de que Blancanieves se quedara dormida, llegaron ellos, y en seguida notaron que alguien había entrado en la casa. 

– ¡Alguien ha comido de mi plato! - dijo uno de ellos.

– ¡Y alguien ha bebido de mi copa! -añadió otro. 

Y, al entrar en su dormitorio, comprobaron que las colchas estaban algo más hundidas. 

– ¡Alguien se tumbó en mi cama! - protestó otro de los enanitos. 

Cuando el séptimo enanito fue a mirar su cama, descubrió a Blancanieves. 

– ¡Oh! ¡Mirad! -dijo el enanito llamando al resto- ¡Es una criatura realmente hermosa! 

Todos se quedaron impresionados por la belleza de la niña, y decidieron dejarla descansar. Al día siguiente, cuando se despertó, se presentaron, y Blancanieves les contó lo que le había pasado. 

– ¡Pobre niña! - dijo entonces uno de los enanitos- ¿Por qué no te quedas con nosotros? Puedes encargarte de las tareas de la casa mientras trabajamos en la mina. 

– Oh, sí, me parece estupendo- dijo ella. 

Y así fue cómo Blancanieves se quedó a vivir con los siete enanitos. 


La madrastra de Blancanieves se pasó unos cuantos años feliz, pensando que su hijastra había muerto. De hecho, no dudó absolutamente nada de la sangre que el cazador le mostró en su pañuelo. Pero un día decidió volver a consultar su espejo: 

– Espejito espejito mágico… ¿quién es la más hermosa del reino? 

– Vos sois más hermosa que una estrella, mi reina, pero Blancanieves, que vive en la casa de los enanitos del bosque, lo es mucho más. 

– ¿Cómo dices? - gritó enfadada la reina- ¿Blancanieves? ¡¡Arggg!! Ese cazador me engañó… ¡tendré que encargarme yo misma! 

La malvada reina envenenó con sus hechizos la mitad de una manzana roja y brillante. La otra mitad era amarilla, y estaba libre de veneno. Se vistió de campesina y se acercó a la casa de los enanitos. 

– ¡Manzanas! ¡Vendo manzanas! 

Blancanieves se asomó a la ventana: 

– Lo siento, pero no puedo aceptar nada de desconocidos. 

– Pero hermosa joven, estas manzanas son deliciosas. Mira, probaré yo la mitad para que veas que no está envenenada. 

Y diciendo esto, dio un gran mordisco a la parte amarilla de la manzana. Blancanieves, pensando que la mujer decía la verdad, tomó la manzana y dio un mordisco a la parte roja. El trozo se quedó atragantado en su garganta, pero el veneno hizo efecto y Blancanieves cayó muerta en el acto. 

La reina, para asegurarse que había matado a su hijastra, preguntó al espejo mágico: 

– Espejito, espejito mágico. ¿Quién es la más bella del reino? 

– Vos, mi reina, sois la más bella del reino. 

Satisfecha, la reina se sintió plenamente feliz. 

Por su parte, los enanitos encontraron a Blancanieves en el suelo al regresar del trabajo, y por más que intentaron reanimarla, no lo consiguieron. Estaban tan apenados que, en lugar de enterrarla, decidieron que descansaría en una urna de cristal para que todos pudieran admirar su belleza. 

Poco después, un príncipe que pasaba por allí, se acercó atraído por aquella urna, y al descubrir a Blancanieves, se enamoró al instante de ella. Los enanitos entonces le contaron quién era: 

– Dejad que me la lleve a mi palacio y la honre como a una princesa. 

Ellos, conmovidos ante las lágrimas del príncipe, accedieron a su petición. Pero en el camino hacia el palacio, uno de los criados del príncipe tropezó y la urna se cayó al suelo. Con el golpe, el trozo de manzana alojado en la garganta de Blancanieves, salió disparado, y la joven recobró la conciencia. 

El príncipe, maravillado, le explicó quién era y lo que había pasado, y le pidió que se casara con él. Blancanieves aceptó y poco después tuvo lugar la boda, a la que por supuesto, estaba invitada la madrastra de la joven. Movida por la curiosidad de quién sería la mujer del príncipe, descubrió con horror que no era otra que Blancanieves. Y del disgusto que se dio, cayó allí muerta por la envidia en el acto. 

Reflexiones.

Con este cuento clásico, puedes reflexionar sobre estos valores y contravalores: 

· El valor de la prudencia. 
· Por qué la envidia es tan destructiva. 
· La confianza en uno mismo. 
· El narcisismo.

Cuidado con fiarte de los desconocidos: Por más que los enanitos le explicaron a Blancanieves que no debía hablar con desconocidos, al final su curiosidad y la bondad de su corazón podía más. No se trata de no confiar en nadie, pero sí en estar alerta ante los posibles riesgos que nos rodean. 

La envidia es uno de los males más destructivos: La madrastra era vanidosa y narcisista, y lo que realmente le llevaba a odiar a Blancanieves y a desearle la muerte era la envidia. La envidia muchas veces es fruto de la falta de confianza en uno mismo. En lugar de vivir conforme con su belleza, quería ser la más hermosa, sin importarle las consecuencias.

¡Feliz día!

 

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