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Los ojos verdes. Para leer

 Cuentos para leer VI-A.

Atravesaban un frondoso bosque del Moncayo soriano un grupo de cazadores, que corría tras un ciervo herido por don Fernando de Argensola. Era la primera pieza que cazaba junto a su amigo Íñigo, montero muy reconocido en aquellas tierras. 

Pero el ciervo herido corría deprisa, buscando un lugar por donde escapar del fatal desenlace, y por más que los cazadores se apresuraban, no conseguían apresarlo. 

De pronto, el ciervo se escabulló por un camino estrecho, tortuoso y repleto de árboles, un camino que llevaba directo a la fuente de los Álamos, famosa por esconder una leyenda tenebrosa y sobrecogedora. 

Los cazadores se pararon de golpe y al pronto llegó don Fernando, quien, rojo de cólera, recriminó al resto, esta actitud: 

– ¿Pero ¿qué hacéis? ¿Por qué os detenéis? ¡Se va a escapar la presa! – gritó muy enfadado don Fernando. 

– Señor, este camino lleva directo a la fuente del Álamo. Ese lugar está endemoniado y ningún hombre debe llegar hasta su orilla.

– ¿Endemoniado dices? ¿Qué tonterías son esas? ¿Y dejar perder así mi primera pieza de caza? ¡Si aún la puedo ver desde aquí! ¡Está herida y apenas puede correr! ¿Quieres dejarla morir para que los lobos se alimenten de ella? ¡Pues yo no pienso darles el gusto! ¡Ese ciervo es mío y pienso ir a por él! 

– Don Fernando, no vaya. Ninguna de las personas que llegaron hasta esa fuente se libraron de un fatal destino… 

– No me importa. Ni aunque me agarre el demonio, como tú dices. Pienso recuperar lo que es mío. 

Y, diciendo esto, Fernando de Argensola se adentró en la espesura del camino. 

Ese día, Fernando regresó al cabo de algunas horas con su pieza de caza entre los brazos. Pero su rostro había cambiado, y también su actitud. Desde entonces, una sombra de melancolía cubrió su espíritu.

Cada día, salía temprano, con una ballesta, y se adentraba en el bosque en el más sepulcral de los silencios. No tenía ánimos para nada y se pasaba el día callado. 

Alertado por su extraño comportamiento, su amigo Íñigo acudió a verle: 

– Fernando, ¿qué te sucede? - preguntó el montero- Desde aquel día que te adentraste en aquel camino endemoniado, ya no eres el mismo. Has caído en el pozo de la melancolía. Apenas comes, dudo que duermas… Dicen que todos los días vuelves al bosque con una ballesta. ¿A quién quieres matar? ¿Con quién temes encontrarte? 

– Ay, Íñigo, mi buen amigo… – dijo suspirando don Fernando- A ti no te puedo ocultar nada. Tengo encima de mí una losa, un gran peso en forma de melancolía. Desde que la vi no he vuelto a ser el mismo… ¿Tú conoces a esa mujer, a la mujer del lago? 

– ¿De qué hablas? ¿A qué mujer te refieres? - preguntó entonces su amigo. 

– Esa mujer hermosa… esos ojos… Ese día, Íñigo, me encontré al llegar a la fuente del Álamo a la muchacha más hermosa que pueda existir en la tierra. Su piel pálida como la luna llena, su pelo dorado como el trigo al atardecer… unas pestañas como abanicos enmarcando los ojos más hermosos que vi jamás: unos ojos verdes como dos esmeraldas recién pulidas, brillantes y transparentes. No me dijo nada, solo me miró, y su mirada me cautivó de tal forma, que sueño día y noche con volver a encontrarla. Por eso acudo cada día y cada tarde para volver a verla. 

– ¡Ay, Fernando, no vayas! Sí escuché la historia de los ojos verdes… Son los ojos del demonio, no te acerques, o caerás en sus redes. 

– ¡No has entendido nada de lo que dije, Íñigo! ¿Qué me importa a mí que sea el demonio? La querré igual, de la misma forma. Solo quiero volver a verla… 

– No se puede hacer nada entonces- añadió con tristeza su amigo- Que sea lo que tenga que ser… 

Y el amigo de Fernando se alejó, triste y abatido, conocedor del destino que le esperaba a Fernando. 

Fernando decidió volver al bosque esa misma tarde. Llegó hasta la fuente de los Álamos y por fin se encontró con ella. Al borde de una piedra lisa que yacía sobre el lago, como suspendida en el aire, esperaba tranquila la bella dama, como un hada, resplandeciente y pálida. 

Sus ojos verdes brillaban como fuegos fatuos, y Fernando se acercó a ella, movido por un extraño hilo invisible que se apoderó de sus sentidos. 

Aquellos ojos, aquellos ojos le llamaban, les pedían a gritos que se acercarse más y más, hasta casi rozarlos con sus pupilas. 

– Dime, mujer, ¿quién eres? ¿De dónde procedes? – dijo entonces Fernando, rompiendo el sepulcral silencio. 

Ella solo suspiró, y él continuó hablando: 

– ¿Eres acaso quien todos dicen que eres? No me importa si eres un… 

– ¿Demonio? - terminó diciendo ella- ¿Y qué pasará si lo soy? ¿Qué harías? ¿Me querrías igual,Fernando? 

Él dudó, pero enseguida contestó, a pesar de que un sudor frío bañaba su espalda: 

– Sí, te querría igual. No me importa lo que seas. Déjame amarte igualmente. 

– Pues ven, ven aquí, conmigo- y mientras decía esto, la mujer hacía gestos con la mano para que Fernando se acercara más al borde de la piedra- ¿Ves el fondo de este lago? Esas algas que ondean son mi lecho, mi morada. Yo procedo de allí, y prometo darte felicidad plena si me acompañas. Solo tienes que venir conmigo y serás feliz para siempre. 

Y Fernando, que no podía dejar de mirar esos ojos verdes, seguía avanzando, lentamente, hasta que ella rodeó su cuello con unos brazos delgados, le besó con unos labios gélidos, y le arrastró hacia el fondo del lago. 

El agua comenzó a crear ondas plateadas y después del golpe seco que alteró hasta la cascada que caía de la fuente, todo regresó a la calma. 

Reflexiones.

Esta es una de las leyendas más enigmáticas de Bécquer. En esta ocasión la leyenda de Los ojos verdes fue inventada por él, tal vez a partir de sus ensoñaciones o apuntes de sus paseos por el Moncayo, durante el tiempo que pasó en el Monasterio de Veruela. 

La leyenda, embriagadora y romántica, habla de un poder seductor que resulta fatal para el protagonista.

El amor y la belleza puede hacernos perder la razón. La pasión anula la razón y es capaz de llevarnos sin remedio a hacer algo que después tendrá consecuencias, y éstas pueden ser terribles. En este caso, en ‘Los ojos verdes’, la pasión surgió a raíz del poder seductor de unos ojos que no eran de este mundo. Es lo que hizo que el protagonista, Fernando, se dejara llevar por los sentidos. 

De todos es sabido que lo desconocido ejerce sobre nosotros un tremendo poder de seducción. Esos ojos verdes, que parecían de otra dimensión, son poderosos frente a Fernando, que, atraído por el origen enigmático de esta mujer, se deja llevar sin remedio hacia la muerte. Sirva de toque de atención para alertarnos del peligro que conlleva explorar terrenos desconocidos sin tomar la suficiente precaución. 

¡Feliz día!

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