Cuentos para leer VIII.
Un mercader que atravesaba el desierto con toda su mercancía, perdió una de sus mulas con toda la carga que llevaba encima. Era una mula tuerta, y decidió buscarla.
En el camino, se encontró con tres filósofos, aunque él no lo sabía, claro:
– Perdonen, ¿han visto pasar por aquí por casualidad a una mula? La he perdido…
Uno de los filósofos preguntó:
– ¿Y por casualidad le falta un ojo a la mula?
– ¡Sí, está tuerta, sí! - respondió el hombre.
– ¿Y llevaba una carga muy pesada? - preguntó el segundo de los filósofos.
– ¡Sí, muy, muy pesada! - contestó el mercader.
– ¿Y tenía una herida en el lomo? - preguntó el tercer filósofo.
– Cierto, tenía una herida que se hizo al rozarse con unas ramas… ¿La tienen ustedes?
– No, que va, no vimos su mula- respondieron los filósofos.
– ¡Mentirosos! ¿Cómo ibais a saber como es mi mula? - dijo enfadado el mercader.
El hombre, fuera de sí, decidió llevar ante el sultán a los filósofos, acusándolos de ladrones. El sultán les dijo:
– Este mercader asegura que robasteis su mula, porque tenéis muchos datos de ella muy particulares…
– Sí- dijo el primer filósofo- Pero yo le dije que su mula estaba tuerta porque vi en la arena el rastro de un animal que iba de un lado a otro. Eso solo ocurre cuando el animal no ve bien, que no es capaz de andar en línea recta…
– Y yo- dijo el segundo filósofo-, dije que llevaba una carga pesada porque me fijé que en las huellas que vimos, las pezuñas se clavaban muy profundas en la arena…
– Y yo- dijo el tercer filósofo-, dije que tenía una herida en el lomo porque junto a las huellas de vez en cuando se podía ver una gota de sangre seca.
El sultán quedó realmente sorprendido ante los filósofos. Decidió que debían quedarse con ellos. Pero al segundo día, los tres hombres le dijeron al sultán lo siguiente:
– Es usted un hombre pobre venido a más…
– La miel que nos dio anoche no es de esta temporada.
– Y la carne de la cena era de un animal salvaje.
El sultán, un poco dolido (pues era hijo de una esclava y nadie lo sabía), decidió comprobar si los filósofos estaban en lo cierto en las otras dos apreciaciones, ya que la primera, sabía que era verdad. Llamó al encargado de la miel y él confesó:
– Señor, como no nos quedaba miel, usé un tarro de la cosecha anterior…
Y el encargado de la carne también confesó:
– No tenía en ese momento carne de buey, así que usé un lobo muerto que el cazador del palacio había encontrado en el bosque…
– ¿Cómo os distéis cuenta? - preguntó el sultán a los filósofos.
– La carne estaba dura y se hacía bola- dijo uno de los filósofos.
– Y la miel estaba rancia- dijo otro de los hombres.
– Y yo creo que de corazón es un pobre porque nos dio la misma ración a todos, la misma cantidad por igual. Solo los pobres comparten de forma equitativa…
El sultán, maravillado, ascendió a los tres filósofos a cargos mayores, y les convirtió en sus principales asesores.
Reflexión: Sin duda, hay un tema esencial en esta fábula de ‘Los tres filósofos’, y es el uso del sentido común y la deducción basada en la observación:
· La mejor alianza posible, sin duda, para la inteligencia, es la del sentido común y la deducción basada en la observación. En ‘los tres filósofos’ vemos cómo tres hombres son capaces de averiguar las principales características de un animal solo con observar el rastro que dejan sus pisadas en la arena del desierto. El mercader piensa que son ladrones, porque no es capaz de entender que puedan saber todo eso sin haber visto al animal. Pero lo cierto es que se pueden saber muchas cosas a partir de detalles y deducciones que podemos hacer mediante la observación de detalles.
· En el detalle está la pista ya que de nuevo los tres filósofos consiguen averiguar grandes cosas en el palacio del sultán solo deduciendo a partir de detalles. Consiguen de esta forma desenmascarar tanto al responsable de la miel como al de la carne y de paso, desvelar ante el sultán un ‘secreto’ que solo él conocía. Es esta inteligencia la que deslumbra al sultán y les convierte en asesores en palacio.
· Y es que esta inteligencia basada en el sentido común y las deducciones a partir de la observación es sin duda, una de las mayores virtudes de las que puede presumir una persona.