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La ventana del hospital. Para leer

 Cuentos para leer II.

Dos hombres, seriamente enfermos, ocupaban la misma habitación en el hospital. 

A uno de ellos se le permitía estar sentado una hora todas las tardes para que los pulmones drenaran sus fluidos. Su cama daba a la única ventana de la habitación.

El otro hombre tenía que estar tumbado todo el tiempo. Los dos se hablaban mucho. De sus mujeres y familiares, de sus casas, trabajos, el servicio militar, dónde habían estado de vacaciones.

Y todas las tardes el hombre que se podía sentar frente a la ventana, se pasaba el tiempo describiendo a su compañero lo qué veía por la ventana. 

Éste, solamente vivía para esos momentos donde su mundo se expandía por toda la actividad y color del mundo exterior.

La ventana daba a un parque con un bonito lago. Patos y cisnes jugaban en el agua mientras los niños capitaneaban sus barcos teledirigidos. 

Jóvenes amantes andaban cogidos de la mano entre flores de cada color del arco iris. Grandes y ancestros árboles embellecían el paisaje, y una fina línea del cielo sobre la ciudad se podía ver en la lejanía.

Mientras el hombre de la ventana describía todo esto con exquisito detalle, el hombre al otro lado de la habitación cerraba sus ojos e imaginaba la pictórica escena.

Una cálida tarde el hombre de la ventana describió un desfile en la calle. Aunque el otro hombre no podía oír la banda de música- se la imaginaba conforme el otro le iba narrando todo con pelos y señales. Los días y las semanas pasaron.

Una mañana, la enfermera entró para encontrase el cuerpo sin vida del hombre al lado de la ventana, el cual había muerto tranquilamente mientras dormía. 

Se puso muy triste y llamó al doctor para que se llevaran el cuerpo. Tan pronto como consideró apropiado, el otro hombre preguntó si se podía trasladar al lado de la ventana. La enfermera aceptó gustosamente, y después de asegurarse de que el hombre estaba cómodo, le dejó solo.

Lentamente, dolorosamente, se apoyó sobre un codo para echar su primer vistazo fuera de la ventana. Finalmente tendría la posibilidad de verlo todo con sus propios ojos.

Se retorció lentamente para mirar fuera de la ventana que estaba al lado de la cama. Daba a un enorme muro blanco. El hombre preguntó a la enfermera qué había pretendido el difunto compañero contándole aquel maravilloso mundo exterior.

Y ella dijo: – Quizás sólo quería animarle.

Reflexiones.

Tenemos una enorme capacidad de transformar a las personas que tenemos cerca, de hacerlas felices, de conseguir que sientan ganas de vivir. Y no cuesta mucho, más bien, poco. Es lo que hizo el protagonista de esta historia con sus narraciones imaginarias. 

El paciente de la ventana imaginaba para su compañero que cada día un mundo ideal, en donde la felicidad era realmente contagiosa. No es que mintiera, sino que creaba para él una realidad diferente para alimentar su ilusión, sus ganas de vivir, sus ganas de amar la vida. Y es que la ilusión por aquello que no vemos, pero podemos imaginar y sentir, es a veces el combustible que necesitamos para seguir luchando. 

A veces, ignorar aquello que nos angustia o que nos causa tristeza, es necesario. Y transformarlo en algo que nos llene de esperanza, imprescindible. Todos necesitamos algo que nos de alas, que nos ayude a seguir amando la vida. Todos buscamos aquello que nos llene de energía y vitalismo, que ayude a fortalecer el pensamiento positivo. Porque solo con positivismo se consigue la felicidad. 

Nuestro protagonista sabía que los dos estaban mal pero pensó que su compañero además tenía algo en contra, y es que no podía levantarse. Él podía ser su contacto con la realidad. Pero… ¿por qué no transformarla un poco? ¿Por qué no revestirla de algo realmente hermoso para que él pudiera sonreír cada día? 

Imagina que el hombre de la ventana hubiera sido realista y sincero, que le hubiera contado a su compañero cada día que solo veía una triste pared blanca. Ambos se hubieran deprimido. Lejos de eso, optó por imaginar un mundo ideal, que les permitiera a ambos ser felices durante el tiempo que les quedara, un mundo que además quiso compartir con su compañero para trasladarle también su felicidad a él.

¡Feliz día!

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