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El príncipe feliz. Para leer

 Cuentos para leer VII.

El alcalde de una floreciente ciudad contemplaba orgullosola estatua que había mandado construir del Príncipe que un día hizo popular ese lugar. 

La estatua contaba con numerosas piedras preciosas y piezas de oro macizo. Desde allí, el Príncipe, podía contemplar mejor su antigua ciudad. Se sorprendió mucho al comprobar que había muchas personas pasando tremendas calamidades. ¡Él que vivía en un lujoso palacio!

Los días pasaron y llegó el invierno, y con el frío, las calles se empezaron a llenar de hielo. Las aves cruzaban el cielo, buscando lugares más cálidos para pasar el invierno.

Un día, una joven golondrina se posó sobre la estatua para descansar. Iba más retrasada que el resto de sus compañeras. Entonces, comenzaron a caerle gotas de agua encima. Se extrañó, porque no había nubes.

– ¡Eh! ¿Qué es esto?- exclamó la golondrina. ¿Lágrimas? ¿Eres tú quien llora, Príncipe?

– Sí, soy yo- contestó la estatua.

– ¿Y por qué lloras, qué te sucede?

– Estoy triste, muy triste. Desde aquí no hago más que ver a personas sufrir mucho. Son muy pobres… Pero espera, golondrina… ¡tú me puedes ayudar!

– Claro, si eso te hará sentir más feliz, te ayudaré… Pero luego tendré que partir. Debo volar al sur.

– De acuerdo, golondrina. Mira, ¿ves esa casa morada de allí enfrente? En ella vive una familia muy pobre… Todos los días veo salir a la más pequeña. Tose mucho, y su familia no puede abrigarla ni comprar medicinas. No tiene dinero. ¿Por qué no arrancas el diamante de mi espada y se lo llevas?

– ¿Estás seguro, joven Príncipe? Pues así lo haré.

La golondrina arrancó con mucho esfuerzo el diamante y lo llevó volando hasta la casa morada. Lo dejó sobre la mesa, en un lugar bien visible, y volvió junto a la estatua.

– ¡Qué felices les haremos, golondrina!- Dijo el Príncipe- Si te quedas conmigo, mañana te encargaré otra cosa.

– De acuerdo- dijo la golondrina-. Me quedaré un día más si eso te hace más feliz.

Al día siguiente, la estatua del Príncipe le pidió a la golondrina que arrancara las piezas de oro de su chaqueta y las fuera llevando a distintas casas de la ciudad. La golondrina estaba muy cansada, y el frío del invierno comenzaba a notarse, pero accedió a ayudarla. Con cada pieza que la golondrina entregaba, la estatua sonreía cada vez más y más.

– Ahora, golondrina, arranca las esmeraldas de mis ojos y llévalas a una familia que vive a las afueras de la ciudad con cinco hijos y que apenas tienen para comer.

– ¿Los ojos?- contestó asustada el ave-. Pero… no podrás ver…

– No importa, haz lo que te digo, golondrina.

La golondrina al final accedió, y al volver le dijo:

– Me quedaré contigo. Ahora que ya no puedes ver, necesitas a alguien que te cuente qué sucede alrededor.

– Golondrina- le dijo el Príncipe-, debes irte ya o morirás. Vuela y busca un lugar más cálido. Ya me has ayudado mucho, y te lo agradezco de veras.

– No, Príncipe, me quedaré.

Y así la golondrina fue entregando las piedras preciosas que quedaban en la estatua. Un zafiro, una turquesa…

– Oh, Príncipe, tenías que haber visto la carita de felicidad de todos los niños… Pero ahora debo partir, llegó la hora. Me siento muy cansada y ya no puedo más.

Y diciendo estas últimas palabras, la golondrina besó al Príncipe y murió. Y la estatua, al darse cuenta, sintió que su corazón de plomo se partía en dos.

Al día siguiente, el alcalde, alertado por varios hombres del pueblo, acudió a la plaza del Príncipe.

– ¡Qué horror! ¡Qué espanto!- gritó asustado al ver el estado en el que se encontraba la estatua- . ¿Qué le ha ocurrido a la estatua? ¿Quién ha robado las joyas? ¿Y qué hace ahí ese pájaro muerto?… ¡Destruyan la estatua ahora mismo!

Se llevaron la estatua para fundirla, pero entre las piedras de la estatua, quedó intacto el corazón del Príncipe. Los encargados de deshacerse de la estatua, tiraron el corazón a la papelera, junto a la golondrina. 

Pero Dios le había pedido a unos ángeles que bajaran a la Tierra y le llevaran lo más valioso de allí, y los ángeles le llevaron el cuerpo de la golondrina y el corazón de la estatua. Dios sonrió y les dijo:

– Habéis elegido bien: ambos representan el amor y la bondad.

En este cuento podemos observar:

– El valor de la bondad implica dar amor de forma desinteresada.

– La generosidad. Un valor que supone entregar lo más valioso que tenemos para hacer felices a los demás.

– La empatía. Ese gran don de ponerse en el lugar del otro para comprender cuáles son sus necesidades.

– El sentimiento de justicia. El Príncipe no era feliz porque veía una gran desigualdad y una tremenda injusticia en la ciudad.

‘El príncipe feliz’ es un cuento triste, sí, pero a la vez hermoso… La bondad nace del corazón que ama. Sin amor, no puede haber bondad. La bondad es un valor que engloba a su vez otros muchos valores: generosidad, empatía, solidaridad… 

– Entregarse por los demás es amor: Sin duda, este es uno de los cuentos de amor más claros y directos. La estatua del Príncipe de pronto se da cuenta de las terribles injusticias que se cometen en la ciudad, de las desigualdades y el sufrimiento de muchos, y quiere ayudar. La única forma de hacerlo es entregar todo lo que tiene. Pero necesita ayuda, y encuentra en un pájaro bondadoso la gran oportunidad de demostrar su amor. 

– La enorme generosidad de la golondrina, la mayor muestra de amor: A su vez, la golondrina demuestra amar al Príncipe hasta tal punto que es capaz de entregar su vida, con tal de hacerle feliz. La generosidad es muestra clara de bondad y de amor hacia los demás. De hecho, darse a los demás es el acto de máxima generosidad. No importa que no sea algo material. Puede ser entregar tu tiempo, poner al servicio de otros tus habilidades… Entregar, al fin y al cabo, lo más valioso de cada uno.


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