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El país de las cucharas largas. Para leer

 Cuentos para leer VII.

Un hombre que viajaba mucho y había vivido muchísimas experiencias contó una vez esta historia, sobre algo extraño que le sucedió:

De entre todos los países que había visitado, recordaba de forma especial el País de las cucharas largas. Había llegado a ese país de casualidad. En realidad, iba a otro lugar, pero en un cruce de caminos, torció hacia el País de las cucharas largas.

Al final del camino, se encontró con una casa enorme, que estaba dividida en dos pabellones: uno al oeste y otro al este. Aparcó el coche y salió. Delante de la casa había un cartel que decía: ‘País de las cucharas largas’. En la casa solo había dos habitaciones: una habitación negra y una habitación blanca. Un largo pasillo conducía hasta ellas. A la derecha se encontraba la habitación negra y a la izquierda, la habitación blanca.

Primero torció hacia la habitación negra. Pero de pronto, y antes de llegar a una puerta muy alta, escuchó algunos quejidos y gritos lastimeros: ‘¡Ayyyyy!- gritaban desde el otro lado de la puerta.

Los quejidos y gritos de dolor le hicieron dudar, pero siguió adelante, y al entrar, se encontró una mesa muy larga, con cientos de personas alrededor. El centro de la mesa estaba lleno de fantásticos manjares, los platos más suculentos y apetecibles. Pero, aunque cada uno tenía una cuchara con el mango muy largo atada a la mano, todos se morían de hambre. ¿La razón? Tenían unas cucharas cuyo mango era el doble de la longitud del brazo. Todos alcanzaban a la comida, pero luego no podían llevársela a la boca. La situación era desesperante, y los gritos de angustia y hambre de las personas, le hicieron alejarse a grandes zancadas de allí.

Entonces fue a visitar la habitación blanca, justo al lado opuesto. Lo primero que le llamó la atención al avanzar por el largo pasillo fue el silencio. No escuchaba gritos ni lamentaciones. ¡Cuál fue su sorpresa al entrar y ver, igual que en la otra sala, una enorme mesa con manjares en el centro! Todos tenían la misma cuchara larga atada a las manos. Sin embargo, no morían de hambre, porque cada uno tomaba el alimento del centro y le daba de comer a la persona que tenía enfrente. De esa forma todos podían comer. 

Este cuento nos hace pensar en la importancia (y necesidad real) de dos valores esenciales en la vida: el valor de la solidaridad y el valor de la empatía. Pensar en el otro, al final significa pensar también en nosotros mismos.

¿Imaginas un mundo que prefiere morir de hambre antes de ayudar al menos a no morir al otro? En realidad, ese mundo tan egoísta existe, muy a nuestro pesar.

Este cuento, nos trae una perfecta metáfora y nos plantea una reflexión sobre dos posibles mundos: 

1. Un mundo en donde las personas solo piensan en ellas y son incapaces de fijarse en las necesidades de los otros. Un mundo en donde impera el egoísmo. Ese mundo es el que representa la sala negra, en donde las personas, a pesar de tener montones Y montones de comida, morían de hambre, cegadas por su egocentrismo. Solo sabían quejarse, sin buscar una solución, sin encontrar salida. Simplemente, se dejaban morir.

2. Un mundo en donde todos colaboran y unos ayudan a los otros, con lo que al final todos salen beneficiados. En la sala blanca, la empatía movía a todos los comensales a ayudar a la persona que tenían enfrente. De esta forma, al final ellos también recibían ayuda, y nadie moría de hambre. El trabajo en equipo, que es un trabajo solidario, al final obtiene mejores resultados. Más aún si se mueven por un sentimiento de empatía hacia el otro.

¿Te das cuenta? Al final, la única forma de sobrevivir era pensando en el otro… 

En nuestras manos está, porque al final, la decisión sobre qué mundo queremos la tenemos que tomar cada uno de nosotros. Y tú, ¿en qué sala te gustaría estar, en la sala negra o en la blanca?.


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