Cuentos para leer VII.
Había una vez un conejo que siempre tenía miedo. Un conejo miedoso que se asustaba durante el día porque había mucha luz, y durante la noche a causa de la oscuridad. El zorro estuvo a punto de atraparlo una vez, y en otra ocasión lo persiguió un búho, por lo que apenas se atrevía a salir de la madriguera.
Pero una noche, como tenía mucha hambre, se aventuró hasta el lindero del bosque y se metió en un campo de tréboles. De pronto se llevó un susto enorme... vio una gran lechuza posada sobre la rama de un árbol y se dio cuenta de que le estaba mirando con sus ojos verdosos y brillantes.
-Me alegro mucho de que hayas venido, querido conejito –dijo la lechuza con amabilidad, y añadió-: ¡No sabes cuántas ganas tengo de comerte conejito!
El conejo se acurrucó entre los árboles y apenas podía moverse, a causa del gran miedo que sentía y que agarrotaba sus patitas.
Pero cuando volvió a levantar la vista hacia el lugar donde le acechaba, vio las estrellas que brillaban en el cielo, sobre el bosque.
-Mi querida señora lechuza...-murmuró con voz trémula-. Estoy muy flaco... ¡Acaso no preferiría unas palomas para la cena? Si se molesta en levantar la cabeza verá siete palomas cruzando el cielo.
-¿Por dónde? –gruñó la lechuza mientras alargaba el cuello.
El conejito señaló hacia siete hermosas estrellas que estaban muy cerca unas de otras.
La estúpida lechuza se relamió mientras pensaba: ¡Tengo que cogerlas! Comenzó a volar hacia arriba, mientras que el conejito volvía corriendo al bosque y se metía en su madriguera, donde se encontró seguro.
Más vale pájaro en mano que ciento volando.